El diseño es una disciplina donde la subjetividad juega un papel crucial y distintivo. A diferencia de otras áreas, donde la precisión o la objetividad son esenciales, el diseño se despliega en un terreno donde lo visual, lo emocional y lo funcional interactúan de maneras complejas. Lo que para una persona puede ser una obra visualmente atractiva y funcional, para otra puede resultar monótono o incluso incómodo. Esta subjetividad tiene raíces profundas en nuestras experiencias, cultura y preferencias individuales, que influyen en cómo percibimos los colores, las formas y los conceptos. En este sentido, lo que uno considera un diseño “armonioso”, otro puede percibirlo como “caótico” o simplemente innecesario, revelando un abanico de interpretaciones que enriquecen y desafían la disciplina.
La subjetividad en el diseño también se extiende a la percepción funcional de los objetos. Algo que para un grupo resulta práctico y eficiente, puede parecer confuso y poco útil para otro. Este aspecto es especialmente evidente en campos como el diseño de interfaz o el diseño de productos, donde la experiencia de usuario puede variar enormemente. Un ejemplo típico es el de aplicaciones y sitios web: una interfaz intuitiva para un usuario habituado a la tecnología puede parecer confusa y poco accesible para alguien que no lo está. Esta diversidad de percepciones hace que el diseño no pueda ser catalogado como “correcto” o “incorrecto”, sino que debe encontrar soluciones que intenten satisfacer una gama amplia de expectativas y experiencias, lo cual representa un reto para los diseñadores en su búsqueda de un equilibrio entre estética y función.
Esta tensión entre lo estético y lo funcional es una constante en el diseño. Un diseño que se enfoca únicamente en lo visual puede carecer de practicidad, mientras que un diseño extremadamente funcional puede parecer estéticamente pobre. Por ejemplo, un mueble con una forma innovadora y llamativa puede resultar incómodo para algunos usuarios, mientras que una silla clásica puede parecer aburrida para otros, pero efectiva para quienes priorizan la comodidad. Los diseñadores se ven forzados a tomar decisiones donde deben dar prioridad a ciertos aspectos según el objetivo y el contexto del proyecto. En este proceso, deben equilibrar sus propias visiones con las necesidades del usuario, lo que hace que el acto de diseño no sea solo técnico, sino profundamente interpretativo y emocional.
Finalmente, la subjetividad en el diseño nos recuerda que cada proyecto es una fusión única de interpretación personal y propósito específico. Nos hace cuestionar si existe un diseño que realmente pueda ser universalmente aceptado como bello y funcional, o si estamos destinados a convivir con la diversidad de opiniones que el diseño, como el arte, siempre suscita.